
Alondra permanecía en silencio. Mientras Hilda acariciaba sus cabellos y los humedecía con lágrimas de dolor que brotaban de sus ojos a causa del sufrimiento reflejado en el rostro de Alondra. Hilda tampoco decía nada, ya que ella también estaba sufriendo al observar que los ojos de Alondra carecían de luz propia, opacados por una inmensa tristeza que provenía de lo más profundo de su corazón. Ambas estaban envueltas en un silencio que no necesitaba ser interrumpido con palabras porque se entendían a través de la percepción de su amor, comunicándose directamente corazón a corazón.

Alondra se acostó a dormir esa madrugada con una sonrisa en sus labios y gozo en su corazón. La satisfacción que sentía por haber ganado el concurso de canto aceleraba sus pensamientos al recordar como el público le aplaudió con admiración y la ovaciono demostrándole respeto. Alondra continuó despierta observando la luna a través de la ventana de la cabina del camión hasta que el cansancio la venció obligándola a quedarse profundamente dormida.
En los días siguientes, Hilda compro un vestido de largos encajes y listones de colores para Alondra. Toda la familia participo en los preparativos del viaje. Para Alondra ese viaje familiar dejo de ser parte de su rutina de ferias por visitar. Ella sentía una emoción muy fuerte latiendo dentro de su cuerpo cada vez que recordaba que participaría en un concurso de canto.
Alondra tenía una expresión de resentimiento reflejada en su rostro. Resentimiento que penetro su piel viajando rápidamente por sus venas hasta llegar a su corazón. Transformándola de forma dramática, hasta dejar de verse como niña para convertirse en una arpía capaz de lastimar y con vehementes deseos de hacer daño.
Es muy común escuchar a las personas decir frases que no comprenden a cabalidad. Frases que son creadas con palabras fáciles de memorizar. Y que, por la sencillez con que son escritas, no comprenden totalmente el complejo significado que poseen o el daño psicológico que ocasionan al ser esparcidas inconscientemente cuando se repiten de forma irresponsable.
La noche gris presagiaba un acontecimiento brutal, que comenzó con escalofriantes gritos de dolor que provenían de la vieja casa construida de adobe al final de la calle. La casa del Sombrerón, como se le conocía había sido recién alquilada y estaba ubicada en uno de los barrios más populares de Jutiapa. Al final del patio de la casa había una imponente ceiba, cuyas ramas estaban siendo utilizadas como brazos de tortura.