Alondra tenía una expresión de resentimiento reflejada en su rostro. Resentimiento que penetro su piel viajando rápidamente por sus venas hasta llegar a su corazón. Transformándola de forma dramática, hasta dejar de verse como niña para convertirse en una arpía capaz de lastimar y con vehementes deseos de hacer daño.
Sus pensamientos se perdieron dentro de sus emociones, ahogando su capacidad de razonar lógicamente para discernir el bien del mal. Sus ojos chispeaban rencor, reflejando en sus pupilas las imágenes de lo ocurrido cuando todos en el salón de clases se burlaban de ella. El recuerdo de los desprecios recibidos era como combustible que enardecía la llamarada de fuego encendido que llevaba dentro.
La punta de la aguja brillaba al agitarse en el aire, para después incrustarse en la piel del niño cada vez que Alondra lo golpeaba. Las pequeñas gotitas rojas que comenzaron a brotar de los brazos del niño alimentaban más el deseo de venganza que Alondra tenía.
El dolor físico que el niño comenzó a sentir por los golpes recibidos con la aguja, lo obligaron a gritar, presa del pánico y el miedo cuando abriendo sus ojos observo el rostro de Alondra.
Los gritos de dolor del niño resonaron en los oídos de Alondra, obligándola a detenerse. Al observar la expresión de miedo que tenía el niño, Alondra sintió como si un balde lleno de agua fría con hielo cayera sobre de ella, apagando de golpe su enardecido cuerpo.
La sensación que experimento Alondra ocasiono un brusco cambio de emociones en todo su cuerpo. En ese instante un frio adormecedor la envolvió, al recordar su propio sufrimiento cuando sus pies fueron quemados. Alondra sentía comprimirse en medio de millones de agujas que laceraban su piel. Entonces comenzó a temblar incapaz de controlar sus movimientos. Su respiración se detuvo por unos instantes. Un dolor agudo atravesó su pecho, su visión se nublo y sus oídos dejaron de escuchar todo sonido que ocurría a su alrededor.
El niño al observar que Alondra dejaba de golpearlo comenzó a llorar llamando a su mamá. Al escuchar al niño llamando a su mamá, Alondra despertó del colapso nervioso que oprimía cada milímetro de su piel. Recupero su estabilidad emocional y tubo conciencia de lo que había hecho. Al observar los lastimados brazos del niño, el corazón de Alondra se llenó de culpabilidad. Reflejando tristeza en sus ojos, Alondra comenzó a correr tan rápido como pudo hacerlo. Sin detenerse tiro la aguja con el hilo al suelo y comenzó a dirigirse hacia la casa de su padre.
Cuando Alondra llego a su casa, Hilda tenia la puerta de la sala abierta. Al entrar a la casa, Alondra cerro la puerta y la aseguro con una vara de madera por dentro para sentirse protegida y evitar que alguien más pudiera entrar a la casa.
Cuando Hilda la vio, se acercó a ella, “¿Que sucede Alondra?”
Alondra no respondió, solo se arrojo a sus brazos y comenzó a llorar. Hilda sujeto la cabeza de Alondra con sus dos manos y retirándola un poco de su pecho le suplico, “Cuéntame que paso.”
“¡Soy muy mala! Soy tan mala como el Sombrerón.” Dijo Alondra entre sollozos. Luego con voz pausada por el llanto le relato lo ocurrido a Hilda.
“¿Te sientes feliz de haber lastimado al niño? ¿Quieres volver a golpearlo, la próxima vez que lo veas? ¿Estas disfrutando lo que hiciste o te sientes arrepentida de tus acciones?” Pregunto Hilda.
“Estoy arrepentida”, respondió Alondra. “Yo no se explicar lo que paso, pero no quiero volver a lastimar a nadie otra vez.”
Hilda abrazo a la pequeña Alondra. Caminaron hacia el sofá, se sentaron y mientras Alondra seguía llorando, Hilda le dijo, “Todos cometemos errores. Algunas veces actuamos de manera incoherente, ocasionando daño a otras personas. Pero los errores que cometemos no nos definen como buenos o malos. Son nuestras acciones, deseos, pensamientos y elecciones las que pueden llevarnos por un camino equivocado. Pero si tenemos el coraje de enfrentar las consecuencias de lo que hacemos, nos arrepentimos y corregimos el daño que hemos ocasionado, podemos darle paz a nuestro corazón. En la medida que descubrimos que el enojo nunca trae nada bueno, aprendemos a gobernarnos a nosotros mismos. Tú no eres mala. Estas confundida y lastimada, las personas que te juzgan desprecian, lastiman y se burlan de ti, lo hacen porque no conocen lo que tú has sufrido, tampoco tienen idea del dolor tan grande que has enfrentado. No permitas que la culpa que sientes por haber lastimado a ese niño defina tu futuro y te encadene a una forma equivocada de pensar. Que esta experiencia te ayude a formar un carácter fuerte. Espera a mañana para pedir perdón. Yo estaré a tu lado para darte valor y para que sepas que no estás sola.”
Los ojos de Alondra expresaban gratitud por las palabras de Hilda, cuando sorpresivamente alguien comenzó a golpear la puerta, dando fuertes golpes con la mano. “! Hilda ábreme la puerta! ¿Dónde está la preferida del Sombrerón? ¡Esa endemoniada lastimo a mi hijo!”
Claramente se podía discernir que la mujer estaba muy enojada, porque los golpes que le daba a la puerta de madera con la mano eran muy fuertes. Los gritos de la mujer comenzaron a poner muy nerviosa a la pequeña Alondra, que comenzó a temblar de miedo.
¡La mujer siguió gritando, “¡Sali desgraciada! Te voy a arrancar los pelos. Hilda, ábreme la puerta. Lo que la preferida del Sombrerón le hizo a mi hijo, me lo voy a cobrar. ¡Hilda, salí que a voz también te voy a dejar sin dientes!”
La mujer seguía golpeaba la puerta con fuerza. Mientras Hilda arrullaba a Alondra que lloraba inconsolable sobre sus piernas. De pronto los golpes en la puerta de madera cesaron y se escucho un grito de advertencia, “En la calle te voy a encontrar algún día y te voy a enseñar a respetar a los hijos ajenos.”
Cuando el silencio se esparció en el ambiente, Hilda susurro al oído de Alondra, “Mañana será otro día. Tal vez mañana la madre del niño esté dispuesta a escucharte. Recuerda que mañana tendrás la oportunidad de pedir perdón. Mañana podrás enmendar tu error y la esperanza volverá a brillar en tu corazón. Hoy trata de calmarte, pequeña Alondra.”
CONTINUARA…
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