Alondra permanecía en silencio. Mientras Hilda acariciaba sus cabellos y los humedecía con lágrimas de dolor que brotaban de sus ojos a causa del sufrimiento reflejado en el rostro de Alondra. Hilda tampoco decía nada, ya que ella también estaba sufriendo al observar que los ojos de Alondra carecían de luz propia, opacados por una inmensa tristeza que provenía de lo más profundo de su corazón. Ambas estaban envueltas en un silencio que no necesitaba ser interrumpido con palabras porque se entendían a través de la percepción de su amor, comunicándose directamente corazón a corazón.
Con voz apacible Manuel les dijo, “La habitación de Alondra esta arreglada para que ella pueda descansar.”
Hilda susurro al odio de Alondra, “Mañana será un nuevo día y podremos comenzar de nuevo, pero quiero que sepas que estamos felices de tenerte de regreso en casa.”
Después, Hilda la acompaño hasta su habitación y le ayudo a acostarse, arropándola como si fuera una niña. La habitación de Alondra tenía una ventana por la cual se podía mirar directamente hacia el patio de la casa. La luz de la luna se filtraba por los cristales iluminando toda la habitación. Alondra permanecía despierta, todo lo ocurrido no le permitía conciliar el sueño, manteniéndola despierta debido a la acumulación de emociones y sentimientos dentro de su corazón.
Repentinamente Alondra escucho unos leves golpecitos sobre el vidrio de la ventana, y seguidamente una voz que repetía insistentemente su nombre, “Alondra.” A pesar de que sus pensamientos no estaban sincronizados a sus sentimientos se puso de pie y comenzó a caminar hacia el patio sin hacer ruidos dentro de la casa.
Al estar de frente a la puerta del patio, Alondra escucho claramente una voz que la llamaba. Sin pensar en lo que estaba haciendo abrió la puerta, salió al patio y camino hasta un árbol de mango que estaba en medio del patio, donde a pesar de la luz de la luna, la oscuridad era más densa. Entonces escucho un leve silbido llevado por el viento que martirizo sus oídos con una espectral voz, “Ven conmigo a la casa del Sombrerón”. Alondra sintió que esa voz penetro todos sus sentidos, provocando que su piel se erizara y que su corazón latiera a toda prisa. Sin embargo, respondió “Yo no regresare nunca a la casa del Sombrerón.” Entonces la voz resonó con más fuerza, de forma imperativa, “Ven conmigo a la casa del Sombrerón.” Alondra venciendo el miedo que sentía respondió, “Iré, pero no contigo. Yo no quiero adentrarme en la oscuridad de tu sombra. iré a la casa del Sombrerón caminando por la calle.”
Entonces Alondra se dio la vuelta, regreso adentro de la casa y camino hacia la puerta principal para salir a la calle. Vestida con un camisón de seda blanco, despeinada, descalza y con la mirada desorbitada comenzó a caminar por las calles de Jutiapa. Mientras el viento jugueteaba ciñendo la tela del camisón a su cuerpo, elevando sus largos cabellos de forma serpenteante hacia la nada. Alondra continúo caminando hasta llegar a la vieja casona conocida como, “La casa del Sombrerón”.
Al estar frente a la vieja puerta de madera, Alondra suspiro profundamente. Luego utilizando su mano derecha empujo la puerta sin ninguna dificultad. Seguidamente camino hacia el patio, donde una fogata ardía encendida en grandes llamas de fuego. Alondra se sentó sobre una piedra grande que estaba a un lado de la fogata, en dirección opuesta hacia donde estaba esa pequeña sombra oscura que le hablaba a través de las llamas del fuego, “¡Viniste!, ya estás aquí.”
Alondra no respondió, parecía que estaba como enajenada por los recuerdos, observando la imponente ceiba donde tiempo atrás había permanecido colgando por los pies sufriendo de severas quemaduras. El tiempo se movía como en cámara lenta, acentuando el silencio que los envolvía. Silencio que era interrumpido ocasionalmente por alguna chispa de fuego que se desprendía de la fogata.
Repentinamente la pequeña sombra quebró el silencio existente para decir, “No tienes que hablar, yo puedo discernir tus pensamientos. No tengas miedo solo quiero conversar. La primera vez que te escuche cantar cuando tú eras una niña, me enoje tanto porque tu hermosa voz era más potente que la mía. Por eso te castigue para que te quedaras callada y no siguieras cantando. Pero cuando creciste te convertiste en una hermosa mujer y me enamore de ti. Yo que destruyo el amor de los enamorados, estoy sintiendo amor por ti.”
Alondra bajo la cabeza y cerrando los ojos respondió, “¡Amor!, ¿Qué es el amor? Yo le entregue a Saul todo lo que soy, hasta quedarme sin nada para mí misma. Saul destruyo todo mi ser hasta erradicar el amor de mi vida. Ahora soy un cuerpo vacío, sin aspiraciones, sin emociones, sin sentimientos y sin amor propio, porque hasta mi espíritu está muerto.”
“Saul te amó con todo su corazón, pero yo influencie su ambición para someterlo a mi voluntad. Confundí sus pensamientos ofreciéndole cumplir los anhelos secretos de su corazón. Saul pudo negarse, pero no lo hizo. Al final Saul fue quien tomó la decisión de seguirme olvidando el amor que sentía por ti.” Dijo la sombra acercándose un poco más a la fogata.
“¿Qué quieres de mí?” Pregunto Alondra.
“
Te quiero a ti, quédate conmigo y tendrás todo lo que deseas. Serás feliz, tendrás dinero, volverás a cantar y podrás vengarte de Saul.” Le respondió la sombra con voz melodiosa.
Poniéndose de pie Alondra le dio la espalda y comenzó a caminar hacia la salida mientras le respondía, “Jamás seré para ti, nunca me quedare a vivir contigo.”
La pequeña sombra salto sobre las llamas de fuego y se colocó de frente a Alondra, mostrando su pequeño cuerpo, vestido con traje de mariachi, pero ocultando su rostro debajo de un gran sombrero, “Te vas a arrepentir Alondra, porque al despreciarme estas buscando continuar en desgracia.” Seguidamente se lanzó sobre Alondra derribándola al suelo, luego la arrastro jalándola por el pelo hacia la ceiba donde le trenzo el cabello amarrándola a las raíces del árbol.
Alondra no se quejó ni grito y se quedó dormida en una posición fetal a la sombra de la ceiba.
CONTINUARA…
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