
Las chicas del Happy Boy esperaron a que se fueran las mujeres que agredieron a La Americana para ayudarle. La levantaron del suelo, la cubrieron con un mantel que agarraron de una mesa y le ayudaron a entrar a una habitación para que se bañara. Después de ese incidente, La Americana jamás volvió al Happy Boy. El hombre que había bailado con La Americana tampoco regreso y en el pueblo se esparció el rumor de que su esposa le había pegado dejándolo con un ojo morado. Desde entonces cuando un hombre se niega a ir a una fiesta con sus amigos, se popularizó decir, “No vas a fiestas porque te pega tu mujer. Y si te vas sin pedirle permiso, al regresar a tu casa te pone el ojo morado.”





Probablemente hemos escuchado en alguna ocasión que el mundo es muy pequeño y como es redondo tarde o temprano volveremos a reencontrarnos con personas a las que no hemos visto en mucho tiempo por casualidad o coincidencias del destino. Alicia vivió en el mismo barrio que Eduardo, fue vecina de sus padres y muy amiga de la madre de Eduardo. Aunque Eduardo sabía que Alicia tenía una hija, nunca tuvo la oportunidad de conocerla, porque Alicia y su esposo vendieron su casa y se mudaron de ciudad meses después de que nació Nora. Sin embargo, Alicia se había mantenido en contacto con la madre de Eduardo, pero siempre llegaba sola cada vez que los visitaba. Aproximadamente, habían pasado más de cinco años desde la última vez que Eduardo vio a Alicia, por eso el asombro de Eduardo al reencontrarse con ella fue abrumante para él. Especialmente porque se trataba de la madre de Nora, que físicamente era idéntica a Ana y resultaba imposible que Alicia no lo supiera, porque la madre de Eduardo le había mandado fotos de su boda con Ana, después de que Ana murió.
Con paso lento y sin saber hacia dónde ir, Eduardo caminaba con la tristeza aprisionada dentro de su pecho. Sus pensamientos no coordinaban sus pasos ya que el sabía que no podía pedirle ayuda a ninguno de sus amigos. Sin embargo, su cerebro instintivamente comenzó a guiarlo hacia la casa de Susana. El camino era largo y las sombras de la noche comenzaron a aparecer por todos lados. Eduardo camino por cuatro horas hasta que sin darse cuenta estaba parado frente a la puerta de la casa de Susana. Quería tocar y pedir que le permitieran entrar, pero no se atrevió a hacerlo. Eduardo tenía miedo al rechazo por parte de Susana. También se sentía avergonzado por no tener nada que ofrecer. Sintiendo pena por si mismo, se dejó abatir por el sentimiento de impotencia que había arrastrado entre sus pies, desde que salió de la casa de sus padres como una pesada carga. Sintiendo que no tenía esperanza alguna de obtener la aprobación de sus padres para casarse con Ana, lentamente se fue deslizando sobre su espalda repesado en la puerta hasta quedarse dormido sobre el suelo abrazado a su mochila escolar.
Ana creció siendo el centro del universo en la vida de Susana. La niñez de Ana estuvo llena de diversión y amor. Susana se entregó por completo al cuidado de su nieta, proveyéndole todo lo que Ana necesitaba o deseaba, de tal forma que Ana desarrollo un carácter fuerte y en algunas ocasiones intransigente. Pero con un espíritu dulcemente alegre y un corazón benevolente.
Con el rostro pálido, las piernas temblando y sujetando firmemente la silla de bebe, se encontraba Susana frente a las puertas del hospital cuando su amiga Irene llego a buscarla para llevarla de regreso a su apartamento. La trágica noticia del desplome del trencito estaba resonando en todos los medios de comunicación, mientras en el corazón de Susana retumbaba como una explosión de angustia y miedo por lo que le hubiera podido ocurrir a su familia.
El viento frio de la mañana se movía suavemente en todas direcciones abrazando el cuerpo de alondra, que se estremecía al sentir el contacto del viento con su piel, provocándole escalofríos. El canto de los pájaros se escuchaba en el ambiente y los primeros rayos del sol golpearon el rostro de Alondra lastimando sus ojos cerrados; obligándola a abrir sus parpados adormecidos entre pequeñas gotitas de agua salada que aún permanecían entre sus ojos después de haber derramado muchas lágrimas.