Sentado sobre una mesa vacía, sosteniendo en mi mano derecha un bolsito lleno de monedas, con la mirada fija sobre la rockola de la única cantina que había en mi barrio. Pensaba en…, ¿Cuál sería la próxima canción que seleccionaría para escuchar? Mientras mi corazón se agitaba y la sangre de mis venas enardecía al compás de la música. Tenía aproximadamente nueve años y no conocía la palabra vergüenza. Así que sin importar lo que los borrachos dijeran, yo cantaba a todo pulmón siguiendo las notas musicales de la canción que sonaba en ese momento.
Cuando la música paraba, todos los presentes me daban monedas. El dueño de la cantina era un señor ya grande de edad, muy buena persona. Le decíamos “Don Chalo”, yo le ayudaba a mover los granos de café mientras se secaban expuestos al sol, extendidos sobre grandes plataformas de cemento. También me asignaba la tarea de desgranar mazorcas de maíz, por lo cual me pagaba un salario bastante generoso; tomando en cuenta de que yo no tenía la fuerza suficiente para mover la enorme cantidad de granos de café expuestos al sol.
Yo vivía con mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos en un lugar llamado Santo Tomas La Unión. Mientras mi hermana se iba a estudiar, una niñera nos cuidaba. Entonces yo aprovechaba el tiempo para ir a trabajar donde Don Chalo. Cuando terminaba mis tareas, cruzaba la enorme puerta de madera que separaba la cantina de los terrenos donde se secaba el café. Don chalo sabía lo que yo hacía y siempre estaba cerca cuidándome para que no tuviera problemas. Cuando ya casi era la hora en que mi hermana regresaba a casa, Don Chalo me pagaba por el día de trabajo y me decía “Ya vete a casa que tu hermana esta por regresar”. (Cuando mi hermana lea esto se va a enterar de lo que yo hacía cuando ella no estaba. Lo bueno es que nunca se enteró siendo yo un niño, sino la tremenda paliza que hubiera recibido).
La música siempre ha sido parte de mi vida. En mi niñez pensaba que el inventor de las rockolas era un genio. Yo nunca he fumado ningún tipo de yerba o consumido bebidas alcohólicas, por lo cual en muchas ocasiones se me ha discriminado de eventos sociales o fiestas en casa de amigos, por considerarme una persona aburrida. Aunque la realidad es que después de haber convivido toda mi niñez y adolescencia con mi padre que era un alcohólico, viéndole perder su autocontrol al estar totalmente alcoholizado, nunca me ha interesado el consumo de bebidas alcohólicas.
Pero eso no ha sido un impedimento para que pueda divertirme de mil maneras diferentes. Disfrutando de todas las cosas que me gusta hacer. Después de vivir un par de años en Santo Tomas La Unión, nos regresamos a vivir a Jutiapa. Donde una de mis hermanas había iniciado su propio negocio de comida rápida, hospedaje por noche, entretenimiento social y cultural; en una casa muy amplia con pista de baile, música en vivo y el extraordinario invento musical llamado “Rockola”. En otras palabras, resumiendo la naturaleza del negocio en una sola palabra “Cruda y sin Adornos” puedo decir que mi hermana era la propietaria de un “PROSTIBULO”.
Desde niño he sido muy observador y curioso. Amante de la buena comida y debo decir que la comida que allí vendían era EXQUISITA. He tratado de recordar porque razón yo pasaba tanto tiempo en ese lugar, pero no sé exactamente ¿Por qué? Sin embargo, tengo una colección de chismes, anécdotas e historias que documente. Aunque siempre me negaron la oportunidad de jugar a las escondidas con las chicas del lugar, hay muchas cosas que descubrí y que quiero compartir con todos ustedes.
Así que quiero invitarles a que me acompañen a descubrir las aventuras ocultas de la efímera algarabía de felicidad que experimentaron muchos jutiapanecos en una de las casas más famosas de mi pueblo durante los años setenta y ochenta. Recordándoles que cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.
Próximamente en Enero les invito a leer la historia del, “HAPPY BOY”
Interesante historia me gustaria saber la continuacion
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En Enero comienzo a publicar la historia.
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