Ana creció siendo el centro del universo en la vida de Susana. La niñez de Ana estuvo llena de diversión y amor. Susana se entregó por completo al cuidado de su nieta, proveyéndole todo lo que Ana necesitaba o deseaba, de tal forma que Ana desarrollo un carácter fuerte y en algunas ocasiones intransigente. Pero con un espíritu dulcemente alegre y un corazón benevolente.
La niñez de Ana se puede describir simplemente con una palabra, “Maravillosa”. Al tener el privilegio de que susana se dedicara solamente a hacerla feliz y prodigarle amor, Ana desarrollo varios talentos. Con el tiempo se convirtió en una mujer joven muy inteligente. Con actitud desafiante ante los obstáculos y elocuencia al conversar sobre diversos temas. Poseedora de una belleza física singular, con labios sensualmente naturales de un color rojo intenso como si el calor de su sangre se reflejara en ellos. Su apacible pero firme mirada, estaba llena de verde turquesa, como si la rebeldía del mar se hubiera quedado sin movimiento, atrapado en el color de sus ojos. Sus largos y rizados cabellos tenían el color del cielo al atardecer como, cuando el sol pinta las nubes con un dorado rojizo muy difícil de comprender.
Ana tenía quince años cuando descubrió que podía amar de una forma diferente al amor que sentía por Susana.
Fue un jueves, cuando el termómetro marcaba 103 grados de temperatura. El calor era asfixiante y todos en el salón de clases se encontraban inquietos. El profesor había decidido realizar un examen corto de matemáticas por lo cual el silencio gobernaba el ambiente. Ana ya había respondido todas las preguntas y estaba a punto de ponerse de pie para entregar la hoja del examen al maestro, cuando súbitamente un joven alto, delgado, pelo negro y de rostro atractivo entro al salón de clases. Le entrego un mensaje escrito al maestro. Después de leer el mensaje, el maestro les dijo a sus alumnos, “Tengo que salir un momento. Pero este jovencito se queda a cargo de la clase, continúen con el examen y no copien las respuestas. Yo regreso pronto.”
Ana, no podía quitar la mirada del jovencito que estaba de pie frente a todos los alumnos, levemente apoyado en el escritorio del maestro. Sus zapatos estaban perfectamente lustrados y brillaban tenuemente con la luz del sol, el pantalón y su camisa sin arrugas, acoplados a la silueta de su cuerpo. El color de su piel blanca contrastaba con lo negro de sus cabellos. Las facciones de su rostro inquietaban la piel de Ana, provocándole sensaciones hasta ese momento desconocidas para ella. Sus ojos color miel estaban llenos de melancolía, lo que provocó que sorpresivamente Ana se pusiera de pie reprimiendo el deseo que tenía por abrazarlo.
Con tono grave Eduardo dijo, “¿Terminaste el examen? O ¿Estas intentando copiarle a tu compañero de clases?”
“Ya terminé”, dijo Ana con voz temblorosa.
Con actitud gobernante Eduardo le dijo, “Entonces entrégame tu hoja del examen y sal del salón de clases. Porque estas distrayendo a tus compañeros.”
Ana no estaba acostumbrada a que le hablaran de forma autoritaria y aunque quería acercarse a Eduardo, le respondió con rebeldía, “Termine el examen, pero eso no significa que te lo quiera entregar a ti y si quieres que me salga del salón, ven ¡Sácame tu de aquí!”
La actitud desafiante de Ana provoco un alboroto entre sus compañeros que le gritaban a Eduardo, “¡Tiene miedo! ¡No se atreve! ¡Se va a poner a llorar, ya llora, ya llora! ¡Miedoso, miedoso!”
La situación derrumbo la seguridad que Eduardo estaba mostrando frente al grupo de estudiantes y sin saber ¿Por qué? Lentamente comenzó a caminar hacia donde estaba Ana.
Cuando Ana vio que Eduardo se estaba acercando a ella, se puso nerviosa, la piel se le erizo y de un salto se subió a su pupitre. Entonces comenzó a caminar sobre los pupitres de sus compañeros de clases sin importarle que se estaba parando sobre las hojas de los exámenes, hasta llegar a una de las ventanas que estaba abierta por donde salto hacia el patio, dejando a Eduardo totalmente ridiculizado.
La situación fue embarazosa para Eduardo, su cara se puso roja y comenzó a caminar tambaleantemente hacia la salida porque todos en el salón de clases se estaban riendo de él.
Cuando Eduardo salió del salón de clases respiró profundamente, su turbación se convirtió en enojo. Entonces comenzó a caminar hacia el patio, dispuesto a confrontar a Ana. Al llegar al patio de la escuela. La encontró sentada sobre las gradas que conducían al segundo nivel de la escuela. Ana estaba sentada con las piernas abiertas. La falda del uniforme arriba de sus rodillas dejaba ver la belleza de sus piernas. Al observarla Eduardo se detuvo frente a ella sintiéndose totalmente derrotado al contemplar la bella sonrisa y dulce mirada que Ana tenía. Sin decir nada, Eduardo se dio la vuelta y se fue.
Las horas pasaron. El timbre de la escuela se escuchó en todas partes anunciando que ese día las clases habían terminado. Los alumnos se dirigieron hacia los buses que los llevarían de regreso a sus casas. Los jueves Ana regresaba a casa en bus, porque Susana no la podía buscar a la salida de la escuela ya que participaba en clases de Zumba. Y por caprichos del destino, la casualidad o por extraña coincidencia, Eduardo se subió al mismo bus donde estaba Ana.
Eduardo sintió la mirada de Ana sobre él, de forma constante e inquisitiva, como tratando de adivinar lo que él haría. Eduardo pensaba que, si la ignoraba y pasaba sin saludarla, Ana pensaría que le tenía miedo. Así que sin pensarlo mucho se sentó junto a ella.
Ana sonreía de forma picaresca y su mirada constante penetro el corazón de Eduardo, aunque él no lo demostraba. Súbitamente Ana extendió su brazo y abriendo su mano dijo, “¿Quieres?”. Eduardo observo que Ana le estaba ofreciendo una galleta envuelta en papel de arroz. Pero como Eduardo aún estaba molesto por la actitud de Ana en el salón de clases, frunciendo la frente le respondió con desdén, “Yo no acostumbro a recibir nada de manos extrañas.”
La respuesta de Eduardo provoco la risa de Ana, despertando su espíritu rebelde. Quien con movimientos felinos y actitud desafiantemente coqueta puso su mano derecha sobre la mano izquierda de Eduardo, mientras lo miraba directamente a los ojos. Y con tono sutilmente meloso le dijo, “Soy Ana”.
La sensualidad de los labios rojos de Ana, el olor de su perfume y lo rizado de sus cabellos rubios, trastornaron los sentidos de Eduardo haciéndolo sonreír. Entonces el bus se detuvo. Ana se puso de pie y sin dejar de mirar directamente a los ojos de Eduardo, le acerco la galleta a la boca con su mano izquierda. Mientras con su mano derecha le acariciaba los cabellos diciéndole, “Ya te la puedes comer. Ya sabes quién soy.”
Mientras Ana caminaba, luciendo perfectamente el uniforme de la escuela hacia la salida del bus, Eduardo pensaba, “Que niña más Hermosa”. Entonces se puso de pie y le grito, “Ana, te espero mañana a la salida de la escuela”.
Al escuchar la voz de Eduardo, Ana detuvo sus pasos, giro la cabeza hacia donde Eduardo estaba y con actitud seria respondió, “Yo no acostumbro a que me esperen extraños a la salida de la escuela.”
El corazón de Eduardo latía aceleradamente. Sin embargo, respondió con seguridad y valentía, “Me llamo Eduardo y estoy en el onceavo grado. Ahora ya sabes quién soy.”
Ana sonrió y luego le guiño un ojo. Entonces colocando dos dedos sobre su boca le envió un beso. Para después bajar del bus. Mientras Eduardo se quedó allí sentado, enamorado de ella ¡A primera vista! Porque así es el amor, llega cuando menos te los esperas y se apodera de tu corazón.
CONTINUARA…
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