En medio de la fiesta, Fred detuvo la música y grito, “Es hora de abrir los regalos. Pero en esta ocasión no seré yo el primero en repartir los regalos que compre. Porque tenemos un misterioso hombre de negocios que anónimamente nos envió muchos regalos y casualmente coinciden con la cantidad de personas que estamos en mi casa. Pero déjenme decirles que mi corazón me dice que el misterioso personaje se llama ¡Ebenezer! Tío Ebenezer, te cedo el honor de ser el primero en entregar los regalos. Y debo agregar que nosotros no tenemos ningún regalo que darte esta navidad porque no sabíamos que tu estarías entre nosotros, pero mañana yo personalmente te llevare tu regalo de navidad a tu oficina.”
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Ebenezer caminaba sin prisa. No sabia que hora era, aunque podía discernir que ya pasaba del medio día. No pensaba en cuanto tiempo había utilizado del día de Navidad porque no quería sentirse limitado o restringido por el tiempo, deseaba disfrutar al máximo ese día 25 de diciembre. Ya había sido esclavo del tiempo y el trabajo por muchos años. Ebenezer sabiamente se repetía a si mismo que los años venideros serian diferentes porque los viviría con gozo en su corazón y aunque no sabía cuántos años más le quedaban de vida, si sabia que los años por venir, los viviría plenamente, sin egoísmo, sin resentimiento, sin amargura en el alma y sin preocuparse demasiado por el futuro ya que los espíritus le habían enseñado que el futuro no nos pertenece y es incierto.
Ebenezer elaboro una lista mentalmente de las visitas que realizaría y mientras caminaba por la calle se encontró con tres señores que unos días antes le habían pedido una donación para los asilos del pueblo que protegían a los desamparados, ancianos y huérfanos durante todo el año. Los tres hombres al encontrarse de frente con Ebenezer lo ignoraron y siguieron caminando. Entonces Ebenezer se Volteó y levantando su mano derecha les grito, “Señores, podría conversar con ustedes un momento”. Los tres hombres se detuvieron y mirándose a los ojos entre ellos mismos afirmaron moviendo la cabeza, que si podían conversar un momento.