Después de haber experimentado una extraña sensación al escuchar la voz de alguien que no estaba allí conmigo, mire hacia el cielo. El sol ya comenzaba a disminuir su intensidad, las nubes a perder su color brillante y el viento a anunciar que la noche estaba por comenzar. Entonces regresé al interior de la casa; el dueño estaba en la sala esperando por mí, acercándome un poco le dije: – ¡La casa me gusta! Pero no puedo pagar la renta mensual y en este momento no tengo el dinero total para dar un depósito de seguridad. Gracias por su tiempo, pero no puedo rentar la casa.
El dueño me miro y se sonrió al mismo tiempo que las palabras de su boca me sorprendieron: – A ti te gusta la casa y a mí me gustas tú; porque a primera vista me parece que eres una buena persona. Dime, ¿Cuánto dinero tienes disponible? Ya que la diferencia del dinero que te falta, me la puedes pagar en cuotas mensuales hasta que completes el depósito de seguridad y en cuanto a la renta mensual yo puedo bajar el precio. Dialoguemos y quizá lleguemos a un arreglo que nos favorezca a los dos. No me gustaría que te fueras a vivir a otro lado, porque a simple vista me has simpatizado mucho y quiero que te quedaras a vivir aquí. Sus palabras fueron magia para mis oídos, la casa perfecta con mucho espacio comparada con el pequeño dúplex en el que vivía y todo con olor a nuevo. Sin pensarlo mucho llegamos a un acuerdo y firmamos el contrato de renta por el primer año. Tres
semanas después nos mudamos a vivir en la ciudad de Ocoee, florida. Varios amigos de la iglesia a la que asisto me ayudaron con la mudanza. Mis hijas estaban sumamente emocionadas y felices; cada una tenía su propia habitación. Con ayuda de mi familia decoramos la casa completamente, la amueblamos y comenzamos a vivir un cuento de hadas.
Teníamos una vida normal, compartíamos con los vecinos, asistíamos a todas las actividades de la iglesia, mis hijas disfrutaban asistir a la escuela, yo trabajaba de lunes a viernes. Los fines de semana nos reuníamos con mis sobrinos para salir a pasear y visitar los parques de Disney o Universal. Mi rutina al regresar del trabajo era pasar a comprar la cena (Compraba una comida específica para cada día de la semana) luego buscaba a mis hijas a la salida de la escuela. Al regresar a casa verificaba que hicieran las tareas escolares; cuando terminaban se bañaban y usualmente en lugar de pijama se vestían con la ropa que usarían el día siguiente, de esa manera era más fácil estar listos para nuestras labores sin tener que levantarnos muy temprano en la mañana.
Parecía que nuestra vida era común a la de cualquier familia con una rutina ininterrumpida de lunes a viernes, con mucha diversión el sábado y de aprendizaje espiritual el domingo. Teníamos aproximadamente cinco meses de vivir en la casa, cuando un sábado fuimos invitados a una fiesta infantil que yo sabía iba a durar muchas horas, así que dejamos la lampara de la sala y de la puerta de entrada encendidas para que cuando regresáramos no estuviera todo a oscuras. Ese día paso normalmente sin nada en particular por lo que tuviéramos que preocuparnos, nos divertimos mucho y comimos bastante, después de manejar un rato llegamos a la casa y todo estaba a oscuras. Ninguna lampara estaba encendida. Me pareció extraño, pero les dije a mis hijas: -Seguramente ocurrió un apagan y se quemaron las lámparas. Me baje del carro y les dije: -Esperen aquí, mientras enciendo una lampara para que no entren a oscuras. Entonces
introduje la llave en la cerradura y al abrir la puerta todo estaba tan oscuro que no se podía ver nada. Camine despacio recordando la ubicación de cada objeto dentro de la casa para no tropezar. Trate de encender las luces, pero ningún interruptor servía. Cuando llegue al pasillo que se forma de frente a las habitaciones, escuche una vocecita que me dijo: “Dad, I’m waiting for you”. No pude reconocer el tono de la voz, así que no pude discernir cual de mis hijas era, pero mi reacción fue de enojo: -Yo dije que esperarán en el carro. ¿Porque no me obedecen? Se pueden golpea aquí con algo. Entonces escuche el
sonido de unos pies descalzos corriendo hacia el interior de una de las habitaciones y golpear la puerta al cerrarla. Inmediatamente las luces de la casa se encendieron solas. No supe que fue lo que paso, así que regresé a la sala y pude observar a mis tres hijas entrar por la puerta principal riendo alegremente, mientras bromeaban entre ellas. Yo estaba aturdido, pero no dije nada. Regresé al pasillo y abrí una por una todas las puertas de las habitaciones; sin encontrar nada fuera de lugar o extraño dentro de ellas. Mis hijas encendieron el televisor y yo les dije que era hora de ir a dormir, porque al día siguiente teníamos que asistir a la iglesia más temprano de lo normal ya que habían cambiado el horario de asistencia. Ellas como era su costumbre cada vez que las enviaba a la cama, comenzaron a tratar de convencerme de que las dejara un poco más tarde despiertas, pero no se los permití. Yo observe el reloj y eran las 10:30 de la noche todos nos fuimos a nuestras habitaciones. Yo estaba tan cansado que rápidamente me dormí. De pronto algo me comenzó a despertar en medio de mi aturdimiento. Como todavía estaba medio dormido no abrí mis ojos al sentir que alguien jalaba mi cobija por el lado de mis pies. Pensando que se trataba de una de mis hijas la que estaba jalando mi cobija, con gran esfuerzo abrí los ojos para descubrir que no había nadie en mi habitación. Entonces escuche
un llanto que provenía de la sala, sin encender las luces camine hacia afuera de mi habitación. Al llegar a la sala observe que había alguien sentado a la orilla del sofá, estaba llorando y cubriéndose la cara con sus manitas; yo me acerque hacia el interruptor de la luz, lo accione y al encenderse las luces, me volteé. No había nadie. Sin embargo, el llanto se podía escuchar que provenía del pacillo. Así que camine un poco para ver cuál de mis hijas estaba llorando, pero las puertas de sus habitaciones estaban cerradas. Por segunda vez abrí las puertas y las tres estaban durmiendo plácidamente cada una en su respectiva habitación. Al día siguiente les pregunte si alguna de ellas se había sentido mal la noche anterior o si se habían levantado por alguna razón. También les pregunte: – ¿Alguna de ustedes estuvo llorando anoche? A lo que respondieron que no. Todas dijeron que después que las
mande a la cama, se habían dormido rápidamente. Trate de no darle importancia a lo sucedido la noche anterior. Ese domingo después de asistir a la iglesia mientras manejaba de regreso a casa, tome la decisión de ir a una tienda donde compre tres lamparitas de noche; las cuales coloque en lugares estratégicos dentro de casa, para que durante la noche al apagar las luces no quedara totalmente a oscuras.
CONTINUARA…
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