
A la edad de 7 años me gustaba correr en el patio trasero de la casa de mis padres, donde había muchos árboles de gran tamaño. A mi padre le gustaba sembrar árboles frutales y cosechar hortalizas. Recuerdo perfectamente que al final del patio había un árbol de jocotes, uno de marañón, uno de guayabas y allí también estaba mi árbol preferido, el más alto e imponente árbol de mangos que mis ojos de niño disfrutaban observar; cuyas ramas albergaban algunas enredaderas de güisquil, de loroco y de pashte (luffa o estropajo).