La oscuridad, el silencio y la inconciencia habitaban el cerebro de Susana hasta que lentamente sus ojos se fueron abriendo. Pulsaciones estridentes golpeaban sus sentidos, mientras despertaba a la dolorosa e inesperada realidad de saber que Ana había fallecido. La noticia fue tan impactante que Susana se desmayó en el mismo instante que vio el cuerpo de Ana a través de la ventana de la habitación donde estaba en la clínica. Los latidos de su corazón se podían escuchar a un metro de distancia por la fuerza con que golpeaban su pecho. Las lágrimas de sus ojos brotaban incontenibles. Y Una pregunta flotaba sobre su nebulosa mente, ¿Cuántas veces puede el corazón de una madre sufrir la pérdida de un hijo antes de quebrarse definitivamente?…
Mientras Susana sufría inmersa en un dolor terrible, cuya magnitud sobrepasa toda conjetura o explicación lógica que pretenda mitigar su tragedia; Eduardo seguía inamovible sobre el suelo a un lado de la ventana del cuarto vacío donde ya los doctores habían retirado el cuerpo de Ana. Su mirada estaba perdida en un abismo de rabia y disconformidad con la vida por haberle arrebatado la felicidad con la muerte de Ana. Las enfermeras habían hecho varios intentos por hacerlo reaccionar para que se fuera a su casa, pero Eduardo parecía no escuchar y como piedra pesada se mantenía en su lugar. Sorpresivamente sintió una inconfundible y cálida mano que le acaricio la cara. Instintivamente Eduardo levanto la mirada. Entonces, como si fuera un niño pequeño se abalanzo a los brazos de su madre que estaba de pie frente a él, para liberar todo el sufrimiento que estaba atascado dentro de su ser a través del mar de llanto que brotaba de sus ojos.
Las horas pasaron, Irene fue a buscar a Susana para llevarla de regreso a su casa. Eduardo se fue con su Madre. El doctor les dijo que en dos días les entregarían las cenizas de Ana, porque no podían estar en contacto con su cuerpo. Temporalmente Irene se quedó en casa de Susana para cuidar de los gemelos; para que Susana pudiera sufrir su dolor y llorar su perdida sin limitaciones. Los dos días que esperaron por las cenizas de Ana fueron negros, largos y de interminable dolor.
Eduardo y Susana se volvieron a encontrar en el hospital para recibir las cenizas de Ana. Ambos estuvieron de acuerdo en esparcirlas entre los rosales que Ana había plantado frente a la casa. No hubo ceremonia, No se dijeron palabras de despedida, no tuvieron amigos apoyándolos, únicamente estuvieron ellos dos llorando en silencio su dolor.
Los días siguientes fueron extraños para todos, la ausencia de Ana provoco un vacío adentro de la casa que resultaba imposible no llorar o tratar de ignorar por un instante todos los recuerdos plasmados en cada espacio de la casa. Eduardo se reconcilio con sus padres y pasaba más tiempo con ellos que con sus hijos. Susana se esforzaba por mantenerse de pie cada día, mostrando una fortaleza que se desvanecía cada noche al quedarse a solas en su habitación.
Pasaron tres meses durante los cuales Eduardo casi no hablaba, no compartía con sus gemelos, pasaba la mayor parte del día fuera de casa o estudiante en la universidad. Hasta que una tarde, justo cuando el sol teñía de rojos celajes el cielo, iluminando con rayos dorados el suelo e incendiando imaginariamente los árboles al cubrirlos con su calor anaranjado que Eduardo le dijo a Susana, “¡Me voy de la casa! Perdóname y no me juzgues por favor. No te preocupes que no me llevare a los gemelos, porque son tuyos. Ana te los entrego a ti, desde el día que nacieron. Tampoco los estoy abandonando. Yo los llamare seguido y vendré a verlos cada vez que pueda hacerlo. He realizado una transferencia de universidad para ir a estudiar a otro lugar.”
Susana permanecía en silencio observando a Eduardo sin decir ninguna palabra o mostrar ninguna reacción al escucharlo. Eduardo sentía la mirada de Susana sobre de él como una espada afilada que lo estaba atravesando muy lentamente con incomprensión, desacuerdo y decepción. Sin embargo, siguió hablando, “Yo he tratado de no sentirme vacío por dentro. Yo he tratado de seguir viviendo de forma normal, pero no puedo. Lo que estoy sufriendo me está matando lentamente. La ausencia de Ana me quema por dentro. Sus recuerdos me desgarran el alma. Por las noches no duermo, escucho su voz llamándome, veo su presencia en todos lados. ¡Susana me estoy volviendo loco por su ausencia! Necesito sanar mi alma, necesito recuperar la seguridad en mí mismo. Desde que Ana ya no está me siento perdido en un mundo donde no encajo, donde no encuentro mi camino de regreso a casa sin sentir dolor. Necesito sanar mis heridas, pero aquí no puedo hacerlo. Por el bienestar de mis hijos, por mi propia salud mental, por poder encontrar un mejor futuro, necesito alejarme y volverme a reencontrarme conmigo mismo. No soy egoísta, no estoy abandonando a mis hijos, pero cada vez que los veo, el recuerdo del rostro de Ana me carcome por dentro. Por favor, Susana dime que me entiendes.”
Poniéndose de pie frente a Eduardo, y con voz áspera Susana dijo, “Vete Eduardo, haz lo que consideres conveniente para ti. En este momento no puedo entenderte y mucho menos comprenderte, si alguna vez quieres volver, esta seguirá siendo tu casa.” Seguidamente Susana se fue a su habitación.
Eduardo bajo la cabeza, quería quedarse y demostrar cuanto amaba a sus hijos, cuanto amaba el recuerdo de Ana, pero la imperiosa necesidad de salir corriendo a buscar la paz interior que había perdido y que no podía encontrar en esa casa llena de recuerdos le impidieron quedarse. Eduardo fue a la habitación donde estaban los gemelos, abrazo y beso fuertemente a April, para después hacer lo mismo con John. Luego agarro su mochila escolar, la misma con la había llegado cuando se fue de la casa de sus padres, camino hacia la sala, apago las luces, salió a la calle y cerró la puerta con llave. Después comenzó a caminar absorto en un mundo lleno de inquietudes e indecisión, que le impedían reconocer las emociones que estaba sintiendo. Indescriptiblemente perdido en un huracán de confusión, sus pasos eran lentos, torpes. Su mirada melancólica. Su rostro un reflejo de soledad y tristeza. Sin embargo, siguió caminando en busca de un milagro que le devolviera la fe, la esperanza y el deseo de seguir viviendo.
CONTINUARA…
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