Pálido y consternado, Eduardo no pudo contestar inmediatamente. El sentía como todo su cuerpo vibraba, mientras su masculinidad se despertaba al sentir el rose de las manos de Ana que le acariciaban el rostro y el pelo. Aturdido y con la mente enajenada por el cumulo de sensaciones que despertaba el olor a rosas en primavera que emanaba el perfume de Ana, lentamente balbuceo “Sssi, Si me quiero casar contigo Ana”. Mientras observaba como los rojizos-dorados cabellos de ella brillaban a la luz del sol deseando que ese momento se volviera eterno y que nunca terminara.
Los ojos de Ana se iluminaron como centellas en la oscuridad, y la luz que emanaba de ellos reflejaban felicidad, “Te amo Eduardo. Lo que siento dentro de mi ser es amor y quiero respirar a tu lado cada día de mi vida. Quiero respirar tu olor que enerva mis sentidos. Quiero respirar tu juventud que me hace sentir viva. Quiero respirar todo mi futuro a tu lado. Y deseo con toda la fuerza de mi Alma que tú quieras la mismo.”
Eduardo levantando sus manos tomo las de Ana entre las suyas y las puso sobre su pecho, mientras la miraba directamente a los ojos, “Tú has entrado directamente a mi corazón desgarrando el miedo al futuro para reemplazarlo con la luz de tu mirada. Haciendo nacer en mí el deseo de querer vivir a tu lado por siempre, respirando tu aroma de rosas en primavera cada día de mi vida. ¡Ana! quiero vivir respirándote cada instante de mi existencia, porque te AMO.”
La luz del sol iluminaba sus rostros como testigo fiel de las promesas que ambos habían realizado, sellándolas con un beso que los fundió en un abrir y cerra de ojos, como se funde una quimera al ser atrapada en el crisol de lo imposible ante la fuerza del verdadero amor.
Mostrando su espíritu rebelde Ana retiro sus manos del pecho de Eduardo para abrazarlo con mucha fuerza diciéndole al oído, “Llévame a casa. Necesito decirle a Susana que me caso contigo.” La reacción sorpresiva de Ana provoco un sentimiento de incertidumbre en Eduardo al pensar como les diría a sus padres que se quería casar. Incertidumbre que se desvaneció como el humo de una hoguera impulsado por el viento al observar la sonrisa de Ana que le infundía valor, dándole la seguridad de que ambos estaban conectados por el mismo sentimiento y fuerza para defender su amor.
Susana estaba preparando la comida, cuando Ana y Eduardo ingresaron a la casa. Casi en silencio caminaron hasta la cocina. Ambos se pararon de frente a la estufa sin decir nada, hasta que Susana les pregunto, “¿Qué sucede? ¿Me quieren decir algo?”.
Sin ningún preámbulo y con seguridad en sus palabras Ana dijo, “Me caso con Eduardo. La boda será el próximo mes antes de que termine el otoño.”
Los ojos de Susana se desorbitaron de su sitio al sentir un fuerte dolor de cabeza provocado por lo que había escuchado. Los latidos de su corazón se aceleraron agitando su respiración, “Ana, ¿Estas embarazada? ¡Que tontería! Ustedes no pueden casarse. Son solo dos adolescentes. Son estudiantes. Les faltan muchas experiencias por vivir. No me gusta este tipo de bromas.”
Ana se acercó a Susana, mientras Eduardo se quedaba parado detrás de ella, “No es broma. Amo a Eduardo. Yo sé que casarme con él es lo único que quiero. No estoy embarazada, Eduardo y yo nunca hemos dormido juntos.”
Susana comenzó a recuperarse de La impresión tan fuerte que había tenido y que la había dejado atónita para inmediatamente pasar a sentirse sumamente enojada con los dos jóvenes. Con un tono grave y casi a gritos les dijo, “Ustedes no se van a casar el próximo mes. Ana solo tienes quince años”
La actitud de Susana no intimido el carácter rebelde de Ana que respondió, “¿Por qué no? Tu tenías quince años cuando nació Nora, mi madre. Nora tenía diecisiete años cuando nací yo. Entonces ¿Por qué no me puedo casar con Eduardo si tengo la misma edad que tu tenías cuando nació mi madre?
El olor a comida quemada comenzó a invadir la cocina cuando Susana grito, “¡Eran tiempos diferentes! Las cosas ya no suceden igual en esta época.”
Susana nunca le había gritado a Ana, lo que provocó que Ana comenzara a llorar, “¿Por qué eran tiempos diferentes? Si la única diferencia que yo veo es que hace treinta y dos años la enamorada eras tú y en esta época la enamorada soy yo. Hace treinta y dos años tu tenías quince. Ahora, yo tengo quince años también. ¿Por qué no puedo sentirme enamorada? De la misma forma o con la misma intensidad que tú lo estuviste en el pasado.
Susana se sintió desarmada ante los cuestionamientos de Ana, “Entiende Ana, tengo miedo de que te equivoques con una decisión muy precipitada. Además, yo ya tengo cuarenta y siete años. ¿Qué voy a hacer yo cuando tú te vayas? No quiero quedarme sola.”
Al ver las lágrimas de Susana correr por sus mejillas, Ana se acercó y la abrazo fuertemente, “Tu eres mi abuela, pero también eres mi madre. Yo jamás te dejare sola. Eduardo y yo nos vendremos a vivir a tu casa. Si tú nos aceptas. Por favor no le pongas impedimentos a nuestro amor, porque yo sé que no me estoy equivocando”
Susana lloro abrazada a Ana por espacio de dos minutos y luego le dijo, “Perdóname, pero siento terror de pensar que puedo perderte. Pero si ustedes ya lo decidieron, yo los apoyare con la condición de que terminen sus estudios y se gradúen. En el banco hay suficiente dinero del seguro de vida que dejo tu padre hasta para pagarles la universidad sin ningún problema. Esta casa tiene suficiente espacio para que vivamos juntos.” Luego Susana se fue a su cuarto ignorando por completo la presencia de Eduardo en la cocina.
Eduardo se quedó con Ana hasta que se tranquilizó por completo. Luego se despidió dándole un beso en la frente, repitiéndole cuanto la amaba. Eduardo se fue caminando con paso lento hacia su casa. Deteniéndose de vez en cuando para respirar profundamente y darse valor para enfrentar a sus padres. Se sentía presionado y nervioso después de haber presenciado todo lo ocurrido en casa de Susana.
La casa de Eduardo se encendió con furia desmedida, cuando les anuncio a sus padres que se casaría el mes próximo con Ana. Su padre le dio un puñetazo en la cara lanzándolo al suelo, y se disponía a seguir pegándole cuando la madre de Eduardo lo detuvo. El padre de Eduardo le dijo que, si se sentía tan responsable como para casarse, también tenía que ser responsable para mantenerse por sí mismo. Dejándole muy en claro que el día que se casará con Ana, también debía dejar la casa porque no recibiría ningún tipo de ayuda por parte de ellos. La madre de Eduardo lloraba inconsolablemente al ver a su hijo tirado en el suelo con el labio inferior partido, escurriendo sangre, pero consideraba que la decisión de su esposo era la correcta para evitar que Eduardo cometiera la locura de casarse.
Los ojos de Eduardo reflejaban mucha tristeza. El color miel de sus pupilas parecía derramarse en cada lagrima que brotaba de sus ojos. No le dolía el golpe recibido sino la actitud de sus padres. Había supuesto que su padre no lo entendería, pero en ningún momento imagino que lo golpearía de esa manera. Eduardo siempre había sido un hijo muy obediente a sus padres, un muchacho responsable y de carácter apacible. Pero en esta ocasión estaba determinado a casarse con Ana, porque la amaba. Eduardo se puso de pie y por primera vez en su vida le respondió a su padre con tono de voz elevado, “No te estoy pidiendo nada, ya casi cumplo dieciocho años, no necesito tú permiso para casarme. No necesito nada de ti para mantenerme o cuidar de Ana. Mi futuro no depende de si me caso o sigo soltero. Mi futuro depende de las decisiones que yo tome en mi vida. En este momento decido irme de tu casa porque en un mes me casare con Ana. No tiene ningún sentido seguir aquí, si ustedes no me entienden.”
Seguidamente Eduardo fue a su cuarto, puso todos sus libros, cuadernos y trabajos escolares en una mochila grande. Recogió los uniformes de su escuela. Luego salió caminando con paso firme frente a la mirada hiriente de su padre y los ojos llorosos de su madre que le suplicaban “No te vayas” sin decir palabras. Al llegar a la puerta de salida, Eduardo voltio la cabeza hacia donde estaban sus padres de pie observándolo, para decirles, “No tiene ningún sentido alargar lo inevitable, porque yo me caso con Ana”. Luego salió cerrando la puerta con mucha fuerza.
CONTINUARA…
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