Todos vivimos en un mundo de cambios y esa condición nos hace vulnerables a sufrir cambios a veces drásticos en nuestras vidas; por ello el tiempo que podamos compartir con nuestros hijos es invaluable ya que fomenta el amor, crea memorias, establece principios sólidos, les ayuda a desarrollar buena salud física y mental, organiza los sentimientos del niño y les hace saber que forman parte de nuestras vidas y les ayuda a tener una guía a seguir a través de nuestro ejemplo. Y si las circunstancias por voluntad divina los arrebata de nuestro lado nos sentiremos satisfechos de que el tiempo que estuvieron en este mundo les dimos lo mejor de nosotros mismos; especialmente si la vida nos los quita a la corta edad de cinco años.
MI PEQUEÑITA.
El recuerdo de tu sonrisa ilumina mi corazón; el dorado color de tus cabellos como rayos de sol, ¡Atraviesan la oscuridad de mis memorias! Para darle calor a mi alma, que aún a través del tiempo siente dolor.
¡Inevitable! Es pensar en el sonido de tu voz; dulce, traviesa, tierna y llena de amor; que ha quedado plasmada en el sonido del eco y el vacío que la ausencia de ¡Tu presencia! Ha dejado a mi alrededor.
¡Mi chiquitita! Corto fue el tiempo de tu travesía en esta vida. ¡Pero incalculable! El amor que por ti en mi creció. ¡Cuán adorable es la faz de tu rostro! Que permanece en el brillo de mis ojos; que cada día al despertar ¡Buscan tu reflejo! Aunque sea por un instante, en el azul del cielo ¡Poder encontrar!
Nuestro amor ¡Jamás morirá! Porque tú y yo permaneceremos unidas a través del tiempo y la distancia. Así, cuando nos volvamos a encontrar en el Hogar Celestial nos uniremos en un fuerte abrazo para juntas caminar por la eternidad; aunque en esta vida ¡Ya no se pueda hacer más!
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