Mientras cenamos celebrando los veintiún años de mi hija Amy, en medio de conversaciones llenas de risas; ella me pregunta, “¿Como ha sido para ti vernos crecer? Quiero saberlo porque hoy ya cumplí 21 años.” Yo le respondí, “Si te doy la respuesta en este instante, vas a comenzar a llorar. Entonces nos comenzamos a reír y seguimos comiendo.
La pregunta de Amy me hizo retroceder mentalmente en el tiempo… Cuando fui niño, mi madre trabajaba largas jornadas para sostener el hogar. Mis hermanas ya estaban casadas y tenían hijos. En la casa de mis padres la mayor parte del tiempo estábamos mis sobrinos y yo. Por diversas circunstancias mi hermana Olga emigro a California. Yo había crecido a su lado y ella cuido de mi como si fuera uno mas de sus hijos. La madrugada que Olga se fue de casa yo estaba despierto, pero fingía seguir dormido. El dolor que sentía por su partida me impidió salir de la cama para despedirme y sentí que me moría de tristeza cuando ella me beso en la mejilla antes de irse.
Cuando la luz del sol alumbro ese día me tuve que enfrentar a la triste emoción de sentirme abandonado y a la necesidad que surgió en mí de proteger a mis sobrinos. Desde entonces comencé a cuidar de ellos, a velar por sus intereses, amándolos sin medida. En mi inexperiencia fui rudo e intransigente tratando siempre de protegerlos. Muchas veces no les permite salir con sus amigos o participar de las excursiones escolares por miedo a que algo malo les pudiera pasar. Sin darme cuenta les prive de vivir bellas experiencias en sus vidas. Aunque siempre me esforcé porque ellos pudieran ser felices. Con el paso de los años mi hermana se los llevo a vivir con ella a California y yo sentí que mi corazón se quebró de dolor y tristeza. Llore incontables noches extrañando su presencia.
Cuando fui adolescente, mientas estudiaba el séptimo año de escuela conocí a quien llegaría a ser mi mejor amiga y quien casualmente se llama Olga como mi hermana. El tiempo de escuela paso volando y en el noveno año mi amiga tubo a su primer bebe. Yo compartí con ella todas sus aflicciones y desarrollé mucho amor por su hijo. Luego mi amiga tubo a su segunda hija. Yo compartí con ellos muchos momentos bellos. Con el paso del tiempo mi amiga se divorció de su esposo y emigro a Chicago, dejando a sus dos hijos al cuidado de su abuela. Yo seguí visitando a los niños por quienes sentía un gran amor como si hubieran sido mis hijos. Cada vez que los veía compartía muchas horas con ellos, llevándoles regalos y alegría a sus pequeños corazoncitos. Y un día que llegue a buscarlos, ya no estaban, mi amiga se los había llevado a vivir con ella a Chicago. Entonces volví a sentir otra vez ese horrible dolor en mi corazón… TRISTEZA Y DOLOR.
Yo continue con mi vida. Termine la universidad. Encontré un buen trabajo ejerciendo profesionalmente. Me case y como bendición lógica, comenzaron a nacer mis hijas. A cada una de ellas las ame desde el primer instante. Trabaje muy duro para darles una vida estable y feliz. Disfrute cada instante de su niñez. Les alimente con ternura y amor cuando fueron bebes. Memorice cada uno de los gestos de sus rostros cuando reían, lloraban, dormían o jugaban. Cure con lluvia de besos sus heridas. Les enseñe a disfrutar con prudencia de todo lo bueno que la vida nos da. Les explique la importancia de tomar buenas decisiones. A no rendirse incrementando el poder que sentimos, al creer en nosotros mismos. A no dudar cuando buscan alcanzar sus sueños. A amar a Dios por sobre todas las cosas. Les enseñe sus primeras palabras en inglés. Les corregí cuando tuve que hacerlo, aunque ellas no lo entendieran.
En muchas ocasiones les permite quedarse en casa y no asistir a la escuela, sufriendo una fingida enfermedad (Era muy obvio para mí que estaban diciéndome mentiras). Entonces en lugar de ir al médico veíamos películas en casa o nos íbamos de paseo a algún parque de diversiones. Muchas veces las mande a la cama y ellas se desvelaban hasta la madrugada jugando o viendo televisión. Yo fingía no darme cuenta. Si por alguna razón yo llegaba tarde a casa, cuando ellas veían las luces de mi carro, corrían a pagar las luces de la casa y la televisión. Entonces yo me acercaba a sus habitaciones preguntándoles, “¿Ya están dormidas?” a lo cual respondían “Si, ya estamos dormidas. Ya tenemos ratos de estar durmiendo.”
Yo siempre lleve a mis hijas a la escuela y las buscaba cuando las clases terminaban. Participe en todos sus reconocimientos. Las acompañé en las excursiones de la escuela, muchas veces fui a almorzar con ellas disfrutando de su compañía. Celebre todos sus logros, sus cumpleaños. Les ayude a alcanzar sus metas explicándoles la importancia de hacer las cosas por nosotros mismos.
Con mis hijas he visitado todos los parques de diversiones en Orlando. Hemos ido incontables veces al cine. Hemos llorado, reído o disfrutado cada instante que la vida nos a permitido estar juntos. Mis sobrinos al ver lo flexible que he sido con mis hijas aun me preguntan, “¿Por qué fui tan estricto con ellos?” Y yo les respondo “Echando a perder se aprende”, con mis hijas estoy poniendo en práctica lo que aprendí con ustedes.”
Dios me dio la oportunidad de estar presente en todo el desarrollo que mis hijas han tenido en las diferentes etapas de sus vidas. Yo por decisión propia deje a un lado el progreso económico y mi desarrollo profesional para ser papá, sin descuidar en ningún momento mis responsabilidades como proveedor del hogar. Mi hija más pequeña recién se graduó de la escuela superior y se que muy pronto se ira de casa al igual que lo hicieron sus hermanas, para empezar a labrar su futuro por ella misma.
Cuando yo me fui de casa, veía a mi madre llorar inconsolablemente. Yo no lo pude entender en ese entonces porque yo estaba feliz de comenzar una nueva etapa en mi vida lejos de la casa de mis padres. Y ya de adulto al ver como mis hijas extienden sus alas, para buscar nuevos horizontes, mientras las lagrimas corren por mis mejillas sin poderlas contener, comprendo lo que mi madre sintió cuando yo me fui de casa.
Y después de haberles narrado muchas cosas, puedo responder la pregunta de Amy. ¿Cómo a sido para mi el verlas crecer? La respuesta es significativamente simple y se resume en una palabra que está llena de amor y experiencias que me acompañaran hasta la eternidad porque para mí, el hecho de que Dios me haya permitido permanecer junto a ellas, mientras crecían hasta convertirse en mujeres jóvenes ha sido un PRIVILEGIO.
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