Yo sabía que ese grito provenía de alguna de las cuatro puertas que tenía frente a mí, así que instintivamente me acerque hacia la baranda de hierro y mire hacia abajo, tratando de encontrar otra manera de salir de donde estaba. Lo que mis ojos encontraron fue que en el siguiente nivel hacia abajo estaba el comedor, perfectamente iluminado por un candelabro antiguo de velas. Allí había una mesa muy larga con canastas de pan recién horneado y varias tazas llenas con chocolate caliente.