Las expresiones de asombro en el rostro de un niño cuando recibe una sorpresa agradable o descubre algo nuevo por primera vez, son reflejo de la pureza de su corazón que rebosa de alegría, la inocencia de sus pensamientos y el amor que lo rodea.
Se dice que, “En la niñez se vive mejor”. Tal vez porque cuando se es niño, no se tienen mayores responsabilidades. No se adquieren deudas. Se nos hace más fácil creer lo que se nos enseña. Disfrutamos intensamente todo lo que ocurre a nuestro alrededor sin preocuparnos por lo que ha de acontecer al día siguiente. Oh tal vez porque en la niñez generalmente no existe la avaricia, la desconfianza, la envidia, el egoísmo ni la discriminación. En la niñez simplemente se vive la vida tal y como es, sin esperar nada diferente, solo con la convicción de ser felices con lo que tenemos a nuestro alrededor.
Quizás por eso las memorias de nuestra niñez resultan ser las mejores. Ya que, en la mayoría de los casos, compartíamos a diario con nuestros padres, nuestros hermanos y nuestros amigos.
Durante la escuela primaria, mientras estudiaba el primer grado, mi libro favorito era el Popol Vuh. Generalmente al salir de la escuela yo corría por entre las plantaciones de café, que se encontraban por el camino hacía donde yo vivía. Allí bajo la sombra de algún arbusto de café me sentaba sobre el suelo a leer las historias fascinantes que se relataban dentro de ese libro prohibido en esa época, (Hasta la fecha ignoro si era prohibido para todos o solo para mi). Sin embargo, yo lo apreciaba como un tesoro inconmensurable que solamente se podía leer cuando estaba a solas y en secreto; lejos de las miradas perturbadoras de todos los que se oponían a que me sumergiera dentro de sus páginas.
Ignoro cuantas veces lo leí, pero cuando lo terminaba de leer, lo comenzaba a leer otra vez. En mi inocencia llegue a creer que las plantas de maíz eran sagradas porque habían sido utilizadas literalmente para crear los cuerpos de los seres humanos. Aunque debo aclarar que mi intención no es contradecir ninguna creencia religiosa ya que el maíz es considerado un alimento sagrado que ha sido proveído por los dioses. Y aun con la edad que tengo algunas veces suelo decir que, “YO SOY UN HOMBRE DE MAIZ” lo cual significa que mis raíces ancestrales son de origen MAYA.
En mi país Guatemala se cultiva, se cosecha y se consume en grandes cantidades el maíz. En algunas áreas geográficas se acostumbra a elaborar atol de masa de maíz para alimentar a los bebes por necesidad o por costumbre. Los Guatemaltecos consumimos maíz diariamente en alguna de sus modalidades. Comer tortillas de maíz es lo más común. También puedo mencionar, los chuchitos, los tacos fritos elaborados con masa de maíz, los tamales, las empanadas rellenas de papa, el atol de elote, los tascales, los tamalitos de elote, las pupusas y muchos más productos elaborados con maíz. Yo sé que habrá muchas personas en otros países que no conocen estos productos elaborados con maíz, pero basta con decirles que todos son deliciosos al gusto.
El maíz también se ha convertido en una fuente de ingresos económicos muy importante para muchas familias de escasos recursos que lo venden y preparan de diversas formas. Yo les aseguro que no hay nada más fascinante y delicioso que comerse una mazorca de maíz tierno, recién cortado de la planta y asado a fuego lento sobre las brasas, sazonado únicamente con sal y limón durante una tarde lluviosa o un día frio de invierno. Dejándose embriagar por el aroma exquisito que surge cuando el limón toca el maíz.
O experimentar el éxtasis incontrolable de la glotonería cuando no puedes parar de comer tascales recién elaborados cubiertos en queso fresco y crema de leche de vaca disolviéndose adentro de tu boca, dejándote una sensación de placer que solo el maíz en su perfecta sazón puede producir.
Si ustedes alguna vez han tenido el privilegio de elaborar su propio pan de maíz. Sabrán cuan apetecible y enajenante puede resultar el olor del maíz al ser cocinado en todas sus formas.
El Popol Vuh o libro prohibido nos enseña la importancia del maíz. Yo desde niño aprendí a respetar y valorar los frutos de la tierra. Por ende, aprendí a respetar y valorar a quienes con su arduo trabajo los cultivan y cosechan.
Si todos nosotros pudiéramos aprender a ver la vida como si fuéramos niños sin perder la perspectiva de que somos adolescentes o adultos, aceptaríamos todas nuestras asignaciones de forma natural y disfrutaríamos del tiempo que ocupamos para realizarlas. También le daríamos el valor real que tienen implícitos todos los frutos de la tierra, respetando y valorizando a todas aquellas personas que viven su vida produciéndolas. Yo quise escribir un poco acerca del maíz porque es parte fundamental en la vida de muchas personas alrededor del mundo y forma parte de las historias de mi tierra.
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